La
enfermedad grave del presidente obliga a la oposición a mantenerse alerta frente
a lo que pueda ocurrir sin intervención humana y a lo que pueda suceder
precisamente por intervención del hombre.
Sabemos
que el presidente está enfermo pero no
tenemos claro conocimiento del diagnóstico, ni tampoco del pronóstico. También
sabemos que Castro y su corte conocen uno y otro y por lo tanto están
capacitados para planificar acciones en función de su presencia o de su
ausencia.
Sabemos
que la llegada de Chávez al poder representó para Castro un inesperado
salvavidas arrojado en el mar de felicidad que rodea por todas partes su isla
de miseria; y que la separación de Chávez del poder en Venezuela representaría
el entierro definitivo de la llamada revolución cubana.
También
sabemos que el proceso electoral que se avecina puede ser abordado por la
oposición con Chávez de candidato transmitiendo la idea de que hay Chávez para
rato, con Chávez candidato mostrando sin remedio su estado decadente, o con un
tercer candidato nominado por Chávez para que lo releve. Solo en la primera
hipótesis es pensable una derrota de la oposición y sabemos que eso lo sabe
Castro.
Por
la historia conocemos que a Castro jamás se le ha enfriado el guarapo para
prescindir de sus más cercanos colaboradores. Lo testimonian: Camilo Cienfuegos
en la aurora de la revolución, Ernesto Guevara en el proceso de su exportación
y el General Ochoa cuando el descubrimiento de la comandita entre la revolución
y el narcotráfico hizo necesario un chivo expiatorio.
Fue
Castro el inventor para sí de la idea de que se planeaba atentar contra su
vida, conspiración que de ser cierta por haber durado 53 años debe haber sido
dirigida por padres, hijos y nietos. A Chávez lo equipó con la misma idea y son
muchos los atentados denunciados por éste, pero eso sí, le dio además los
anillos de seguridad conformados por cubanos que reciben instrucciones directas
de La Habana ¿para garantizarle la vida?
Así es, si le resulta más útil vivo, porque si a Castro le resulta más útil
muerto que en campaña lo tiene al alcance de la mano. ¿Acaso el coronel cubano
De la Guardia no puede traer también el testimonio de Allende que contó con el
anillo de seguridad para “suicidarse”.
Así se dinamita un proceso electoral,
porque sin duda un atentado exitoso contra la vida de Chávez tendría
preestablecido como autor al imperio y sus aliados los candidatos de la
oposición. Stalin lo tendría claro.
Caracas,
1° de diciembre de 2011
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