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9/4/13

La maracapana por Oswaldo Páez-Pumar


Como parte de la política de inclusión y de reconciliación de los
venezolanos tan necesaria en estos tiempos signados por una violencia
extrema, carente de antecedentes desde la firma entre Bolívar y Morillo del
Armisticio y del Tratado de Regularización de la Guerra el 25 y 26 de
noviembre de 1820, salvo quizá por algunas de las tropelías de Zamora
durante la guerra federal, in-Maduro ofrece a quienes no voten por él una
maldición.

Nos la presenta como una maldición ancestral. Pero es él quien la
profiere. Su inmadurez le impide percatarse de que las maldiciones no son
como los pajaritos que andan volando y se posan inesperadamente sobre
alguien, para darle un mensaje silbado o para cagarlo, sino que por el
contrario son expresiones de deseos de quienes las profieren.

Él quiere maldecir a quienes no voten por él, pero el peso de hacerlo
empleando las doce letras que la configuran “malditos sean” se le antoja que
puede producir efectos adversos para sus aspiraciones, generando una
reacción de rechazo entre quienes la escuchen. Por eso la disfraza. Es parte
del discurso hipócrita de quienes ofrecen paz pero idolatran a “la violencia
como partera de la historia”.

Es también parte del imaginario mágico-religioso que el chavismo
maneja como componente de su mensaje político y que con la muerte de
Chávez ha exacerbado a niveles de grosera profanación, como el falso
Rosario con cuentas rojas y la imagen del fallecido, que pretende fusionar en
sacrílega simbiosis el culto a Dios con la idolatría. No por azar es que el in-
Maduro es escogencia cubana porque en esa isla se desarrollan en miles de
formas diferentes cultos a satán.

La promesa de freír en aceite a adecos y copeyanos formulada por el
difunto que es manifestación de un odio, o rencor albergado en su alma,
tiene la dispensa de que por su exorbitancia puede entenderse y hasta
interpretarse como metafórica, pero la maldición de Nicolás no lo es, es
descarga del odio que no se contenta con la muerte física del adversario, sino
que quiere su destrucción, que sea condenado o castigado por Dios. Extraño
anhelo para un no creyente.

Caracas, 8 de abril de 2013

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