Ayer al
leer en la prensa que los dos acompañantes de Oswaldo Payá habían aceptado que
conducían a exceso de velocidad y que a la misma se debió el ‘accidente’ en el
cual pereció, me adelanté a preparar el soneto que para ser publicado el
domingo debo remitir al periódico a más tardar el jueves al mediodía. “Yo
acuso” lleva por título y acuso al castrismo de la muerte de Payá.
Hoy la
prensa me informa que mi premonición fue acertada pues anuncia el procesamiento
de los acompañantes por “homicidio”. No será un procedimiento distinto al del
general Ochoa, que después de cumplir con la orden de Castro para asociar al
gobierno de La Habana con el narcotráfico con el doble propósito de obtener
recursos financieros para mantener la dictadura y “envenenar a la juventud del
imperio con la droga”, un arma tan siniestra como la de la guerra química o
bacteriológica, lloró arrepentido en el tribunal, se atribuyó toda la culpa,
liberó de responsabilidad a Castro y pidió ser ejecutado porque se lo merecía.
Cuanta
habrá sido la presión, ejercida en cautiverio, puesto que las embajadas sueca y
española no pudieron tener contacto con sus nacionales hasta después de haber
sido liberados, justo para que reportaran su versión de lo ocurrido de lo cual
solo recuerdan el exceso de velocidad, pues todo lo demás es nebulosa como si
la amnesia que les produjo el accidente no hubiera afectado un lóbulo del
cerebro y dentro de éste un centro específico, encargado de preservar el
recuerdo de los accidentes de tránsito a alta velocidad cuando coincide con la
versión oficial de los hechos.
Carromero
entró a Cuba con visa de turista y “en violación de su estatus migratorio se
involucró en actividades políticas contra el orden constitucional…y es bien
sabido que la contrarrevolución siempre ha sido y es mercenaria”. Granma dixit.
Y yo
digo, que cuando las autoridades cubanas levantaron el accidente y constataron la muerte de Oswaldo Payá ya
sabían que “el accidente” se había producido por exceso de velocidad y lo único
que necesitaban era que lo confirmara el conductor para
lo cual era indispensable mantenerlo aislado de cualquiera que pudiera tratar
de ‘confundirlo’, porque para avivar la memoria no existe mejor remedio que el
aislamiento, sobre todo si al aislado se le hace saber que puede durar una
eternidad.
Caracas,
1° de agosto de 2012
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