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ORÁCULO
POLÍTICO
La crisis política que sufre Venezuela
comenzó hace dos años, cuando el autócrata ya muerto, anunció su enfermedad. Y
no fue ese hecho lo que desencadenó la inestabilidad, sino más propiamente el
traslado del mando presidencial a Cuba para un tratamiento misterioso y mortal.
En esos dos años tuvimos un Presidente
itinerante y el entorno comenzó a mostrar serios dislates. Luego, con una
campaña lastimosa, el enfermo logró reelegirse con ventajismo y fraude en
el registro de votantes.
Lo que hicieron luego fue simplemente
galvanizar el control desde el CNE imponiendo un Presidente inconstitucional
como encargado y coronándole contra la protesta e indignación de la mitad de la
población. Y eso sencillamente consagró la crisis.
Si algo hizo el autócrata fue desconocer
por años a la población disidente, llegando hasta negarle su condición de
venezolanos, o sea, que negó su existencia. Y ese desconocimiento se traducía
en presos políticos, torturas, descalificaciones públicas y persecuciones en
todas las esferas.
La oposición aceptó indebidamente
cohabitar con tal engendro político e insistió en una salida electoral. Y el
resultado fue la repetición del fraude, pero esta vez más notorio e innegable
en los resultados impuestos con la actuación traidora de la FAN y
la entreguista del CNE.
A pesar de todos los reclamos de la
población y su expresión política, apoyada en la Ley electoral, el régimen
impuso su candidato en pocas horas y se cuadró con las infelices rectoras del
CNE en una negativa a reconocer a la mitad del electorado.
En pleno proceso de impugnación a una
elección acusada de fraudulenta, el régimen pretende ahora que lo reconozcan
como legítimo. Y viene la pregunta: ¿Por qué quieren a estas alturas el
reconocimiento de una población opositora que para ellos no existe ni existió
nunca política ni socialmente?
La legitimidad racional, “descansa en la
creencia en la legitimidad de ordenaciones estatuidas y de los derechos de
mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la autoridad (autoridad
legal)” (Max Weber, "Economía y sociedad" - Cap. III. Tipos de
dominación). Y justamente hoy la mitad de quienes votaron el 14 de Abril, no
cree en los derechos de mando de quien los ha usurpado dos veces.
El régimen vive a todas luces una crisis
de legitimidad y se enardece porque una oposición que nunca reconoció lo
desconoce hoy a él con la ley en la mano. Y su inestabilidad interna es tal que
agreden a la población opositora y a sus diputados con una furia solo
explicable en quien se tambalea y no encuentra asideros en su desequilibrio.
En estos momentos y desde el 14 de abril
en la noche los venezolanos tenemos un gobierno simplemente instalado pero sin
legitimar por nadie, porque ni el CNE ni ningún factor de poder legitiman, sólo
la población lo puede hacer.
Todos sabemos donde reside el desespero.
Y es que hasta el 4 de marzo el régimen se mantuvo bajo una legitimidad “de
carácter carismático: que descansa en la entrega extracotidiana a la santidad,
heroísmo o ejemplo de una persona y a las ordenaciones por ella creadas o
relevadas (autoridad carismática)”. Y esa legitimidad desapareció el 14 de
abril.
Terrible paradoja la del régimen:
necesita con urgencia el reconocimiento de una oposición que siempre desconoció
y no cuenta con los medios políticos para lograrlo, por ello acuden a la agresión
y a la intimidación. Por eso se muestran histéricos y actúan como bandas
enloquecidas usando todos los poderes para mostrar la firmeza que no tienen.
Las acciones del poder hoy son de
pataleo. Y las posturas denotan un histerismo extremo. Por ello las plañideras
y amenazantes declaraciones de Maduro y Diosdado Cabello, el primero por
ilegítimo y el segundo por abusar en el ejercicio de sus funciones. Por ello en
la Asamblea niegan el derecho de palabra a los diputados de oposición y
ejecutan una emboscada sangrienta, apoderándose del hemiciclo legislativo como
una banda diabólica.
Después de haber desconocido a la
población opositora durante más de una década, ahora lloran y patalean porque
esta no reconoce a su usurpador de pacotilla. Su miseria no tiene límite.
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