Simón
Bolívar
Durante los
años 60 quienes estudiamos en la UCV, u otros claustros públicos, y por
convicción combatimos por la libertad y la democracia, sufrimos una experiencia
muy dura y a la vez muy bonita, bonita porque la juventud todo lo hace
hermosamente heroico, como el amor. Los que militábamos en la Democracia
Cristiana Universitaria y los que sin compartir nuestra doctrina e ideología
nos acompañaban en nuestra lucha por la universidad autónoma, ajena a su
manipulación por esa extrema izquierda dirigida por las huestes del PCV y el
MIR, alzados en armas en guerrillas rurales y urbanas comandadas desde la Cuba
castrista, teníamos que enfrentar violencia de verdad; verbal, con acoso
sicológico calculado y profesionalmente diseñado, y la amenaza física, muchas
veces materializada en agresiones cobardes y muy violentas. Más de un “ñangara”
dejaba su puesto en el activismo universitario para vestirse con el disfraz
militar del “guerrillero” y muchas veces nos tocó lidiar con veteranos de la
guerrilla urbana, traídos a los pasillos para intentar doblegarnos con golpes y
armas de fuego. Las “residencias estudiantiles” eran unos barracones donde se
refugiaban muchos malandros ideologizados que ejercían el terror dentro y fuera
de sus paredes. Esa vida anti-universitaria, contraria a la confrontación de
ideas y postulados intelectuales, la sufrimos todos los que optamos por dar la
lucha en esa UCV por una Venezuela libre y democrática. Fue duro, muy duro; era
estudiar, no perder el tiempo que nos prestaron nuestros padres y nuestro país
para educarnos y formarnos en nuestras carreras mientras luchábamos por unos
ideales. Triunfamos, al final triunfamos; cuando nos tocó abandonar la UCV,
todavía en los años 60, la guerrilla castrista agonizaba por el decidido
combate de una juventud militar en las montañas y la tenacidad suicida de una
juventud política en las aulas y calles, todos idealistas, que supieron
aguantar los embates y tentaciones que se nos ofrecieron para cejar en nuestro
empeño.
Una de las
maniobras más aviesas y traicioneras que nos tocó enfrentar fue un repentino
planteamiento de ensayar un “diálogo” con los enemigos de la libertad. Se
apareció de repente, desde la periferia guerrillera, con argumentos tentadores
que iban desde la elaboración ideológica nacida de interpretaciones interesadas
de autores ortodoxos del socialcristianismo, desnaturalizando sus propuestas,
hasta versiones extraídas de textos religiosos y mensajes papales, todo
aderezado con la amenaza física real en caso de no seguir la corriente que se
quería poner de moda para quebrar el espíritu de lucha de quienes adversábamos la
barbarie comunista dirigida desde la Cuba de Fidel. Lo curioso es que ese
“diálogo” entre marxistas y cristianos, invitando a forjar una “revolución sin
signo” y dejando de lado principios que nos definían como intransigentes contra
la indignidad y la injusticia que preconizaban los seguidores de la violencia
comunista, apareció justo cuando la guerrilla había sido derrotada militarmente
y acorralada políticamente por los demócratas. No fue casualidad; fue la
aplicación del principio leninista de “dar un paso atrás para avanzar dos”. Tenían
que evitar la derrota estrepitosa que se les anunciaba sumando incautos,
temerosos y ambiciosos en un falso mensaje de paz, de diálogo. Algo lograron
porque alienaron en su entorno militantes y hasta dirigentes quebrados en sus principios,
a quienes usaron para después despreciarlos como judas sin valor.
Como la
historia tiende a repetirse con sus muecas, sobre todo cuando los ensayos son
cercanos en el tiempo, hoy estamos viendo nuevos llamados al falso diálogo para
intentar evitar el naufragio inevitable del chavismo. Como ayer, no vienen de
los condenados por sus crímenes y traiciones; su debilidad no les permite
ofrendar lo que pudiera ser una salida a su inevitable fracaso y muerte. No, el
chavismo debe intentar más violencia y represión para asustar a quienes le han
perdido el miedo y no le van a conceder más tiempo. De la maniobra han
encargado, como ayer, a quienes siempre aspiran a un protagonismo sin ética, a
los hombres corcho de la política; los que necesitan oxígeno monetario y
mediático para tratar de subsistir engañando una vez más. En nombre de la paz y
los “altos intereses nacionales” invitan a cesar en la lucha por los derechos esenciales
y la dignidad de los ciudadanos. Se amenaza con la violencia irracional de la
guerra civil para convencer vivir en la menos civil de las sumisiones: la
esclavitud. Se quiere meter miedo por el miedo a la liberación. “Nada temo más
que al miedo”, dijo ese gran demócrata Franklin D. Roosevelt. Se desempolvan
asonadas golpistas para ocultar rebeliones militares libertarias. En fin, se
invita a un falso diálogo, falso porque no busca llegar a avenencias entre
partes, como lo define el DRAE, sino a brindar oportunidades a la Tiranía de
consolidarse. Ya una vez alguno logró colarse en una crisis parecida para
intentar aprovecharse del mando, sin fortuna, gracias a Dios.
Estas
traiciones endulzadas de ingenuidad son siempre peligrosas aunque evitables.
Son como el dengue o el paludismo que se pueden conjurar con un mosquitero de
principios y valor. Si algo nos legaron hombres como Rómulo Betancourt y
Arístides Calvani es que el valor suicida y los principios firmes derrotan
siempre la traición y la vesania; que los
“cadáveres
insepultos” estorban porque no lideran a un pueblo de estudiantes, obreros,
académicos, universitarios y soldados animados de dignidad y patriotismo.
Es la hora
de hacer bueno el principio republicano de la obediencia y lealtad de la
institución militar al mundo civil, que es quizá la conquista más importante de
nuestra civilización, aunque parezca la más ajena a nuestra idiosincrasia e
historia pequeña; sin embargo, no olvidemos la advertencia del poeta del
pueblo, civil y militar, Andrés Eloy Blanco: “El militarismo venezolano es la
consecuencia de la carencia de auténticos militares”. Es hora que los políticos
confíen en sus soldados; los que han defendido ayer a la patria y los que la
defenderán hoy y mañana; es hora que a la maniobra del falso y tramposo diálogo
se muestre la decisión y se dé la embestida final contra los agentes del
gobierno cubano que pretenden seguir gobernando a Venezuela. Es la hora del
mañana, de la libertad, de la dignidad, de dejar atrás a quienes nos invitan a
la calma cómplice, al arreglo siniestro. Pareceremos radicales pero si en la
vida no se es radical, qué se es ¡Ya basta!
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