El
llamado al diálogo puede ser una manifestación de la vocación democrática de quien
lo formula, pero no se necesita ser demasiado perspicaz para advertir también
que puede ser una posición estratégica. En estos catorce años el chavismo la ha
practicado cada vez que se ha sentido débil. La vieja dialéctica de Lenin “un
paso hacia atrás para dar luego dos hacia adelante”.
Curiosamente
el paso hacia atrás viene precedido de un despliegue de violencia como
advirtiendo “te puedo aplastar y te ofrezco diálogo, acércate mansito”. Ninguna
otra lectura tiene lo ocurrido en la Asamblea, salvo que necesitan el diálogo como el aire para
respirar y por eso Michael Reyes se permite afirmar que asume los hechos,
acostumbrado a ver la impunidad que los Castro le ofrecen a sus esbirros en
Cuba, como les fue ofrecida a los asesinos de Puente Llaguno; y la oposición no
puede negarse porque con despliegue publicitario ilimitado dirán “les ofrecimos
diálogo y lo que quieren es guerra”.
Iremos,
como dice el Evangelio, como corderos,
pero con la astucia de la serpiente y nuestra fortaleza radica en que aunque
ellos quieren ponernos a participar en el sainete, nosotros no iremos para
actuar sino para desarrollar el combate que ellos desconocen: el de la
civilidad contra la barbarie, porque es claro que cuando hablan de diálogo para la paz lo que exigen de nosotros es que nos
apacigüemos. Que no se confunda el deseo y la vocación de paz con el
apaciguamiento.
Que
tampoco se confunda la falta de entendimiento entre los nacionales de un país
que lo anarquiza y lo puede llevar hacia situaciones dictatoriales, que en
buena medida fue lo que condujo al triunfo de Chávez, con lo que hoy vive
Venezuela: un régimen de vocación totalitaria que ofrece algunos espacios como
parte del sainete donde escenifica una democracia que no es tal, con ocupación
cubana. No hay semejanza con lo que
precedió a la guerra civil española, ni a Pérez Jiménez, ni a Pinochet, sino con la bota soviética que aplastó
sangrientamente toda rebelión en los países de Europa oriental, por 45 años
hasta la caída del muro de Berlín en 1989. A algunos les parece que los 36 años
de Franco son más largos; y a otros, que los diecisiete de Pinochet son más largos aún que los 54 de los hermanos Castro, que es la
que se pretende imponer aquí, con el discípulo Maduro y Michael Reyes que viene
a asumir los hechos.
Caracas,
7 de mayo de 2013
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