Antonio Rodríguez Yturbe
En uno de sus poemas del Canto a los hijos, decía Andrés Eloy Blanco: “Viviendo están los años más sucios de la historia/ pero si sobrevives/ será tu tiempo el tiempo de la verdad triunfante, de la justicia erguida/donde la voz alcance la libertad del sueño.”
Hoy ante los ojos del pueblo de Venezuela, se nos quiere arrebatar la libertad del sueño. Si nos pusieran presos –como no pocos injustamente lo están-, si nos quitaran la propiedad –la cual forma parte de nuestros derechos mas inalienables-, si nos conculcaran –como intentan hacerlo- nuestro derecho a protestar por lo que creemos justo, a levantar nuestra voz para evitar que se continúe vulnerando y pisoteando la democracia, a exigir el cumplimiento real de las leyes y no la pantomima de una justicia tarifada, que se degrada y rinde servil ante un gobierno de carujos que les otorga como premio las migajas de su corrupción, todavía –sin embargo- tendríamos la libertad del sueño.
Tal vez todo el gobierno aún no se de cuenta, pero Hugo Rafael Chávez Frías lo sabe. El Yo el Supremo, que tan bien describió en su momento Augusto Roa Bastos, en aquella punzante y dolorosa referencia al arquetipo del Dictador latinoamericano, le cuesta mucho trabajo conciliar el sueño, le angustia sobremanera el solo pensamiento de que todas las privaciones, amenazas, cárceles, amedrentamientos, provocaciones y ofensas a lo más hondo y noble del pueblo de Venezuela, se estrellen contra la libertad del sueño. Su ligera lectura de algún trasnochado seguidor del Marx del siglo XIX, o de la experiencia de Mussolini, Hitler, Stalin, Milosevic, Hussein, Mugabe -a quien obsequió espléndida réplica de la espada del libertador-, o más recientemente Omar Bashir, lo tranquilizan menos. Sus arengas populistas, llenas de odio y confrontación, buscando confrontar fratricidamente a los hijos de Venezuela, no parece estar rindiendo los frutos deseados. La libertad del sueño persiste, cada vez con más fuerza.
Entonces, ¿qué otros medios emplear, cavila Yo El Supremo?, ¿qué fórmula podría con el tiempo proporcionar los resultados esperados? Una nueva Ley de Educación. Aprobada por la mayoría ( con voces disidentes y firmes) de una Asamblea de borregos, cuyo mayor mérito radica en elevar el nivel –si eso es posible- de la coprolalia, con la esperanza de ser reconocidos y se les otorgue una sonrisa condescendiente.
Y es que en el fondo, la razón primaria, esencial de la nueva Ley de Educación, como está concebida en su articulado, ampliamente discutido con suma preocupación, por los maestros, educadores, padres de familia, estudiantes, y por la inmensa mayoría de este noble pueblo que, para citar de nuevo a Andrés Eloy: “amamos a Bolívar como a la vida misma/ y al pueblo de Bolívar más que a la vida entera”, es simple y llanamente, prohibirnos la libertad del sueño.
Si ello ocurriera, si nosotros lo aceptáramos, Venezuela terminaría convirtiéndose en una muy mala copia de El Mundo Feliz de Aldous Huxley, (sin los adelantos tecnológicos planteados en la obra), en el cual el salvaje, es decir, el símbolo de todos aquellos que se rebelan por su derecho a pensar por si mismos, seríamos perseguidos como “lacras sociales”, por no encajar en la concepción del “hombre nuevo”, sin pensamiento, sin voz, sin derecho a discernir por nosotros mismos, dentro de esta patraña incongruente, primitiva y falaz del socialismo del siglo XXI, en el que la miseria, y la negación del hombre libre y de su libertad de soñar, constituye su más ansiado objetivo.
¿VAMOS A PERMITIRLO?
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