No puedo menos que reconocer el gesto. Viajar a Santa Marta a reunirse con Santos, quien goza hoy de ese poder inasible que envuelve al recién ungido, después de tantos insultos proferidos desde lejos, es un gesto de varón.
Ahora estará cara a cara con él para sostener un diálogo que es privado, quizá lo que más teme; porque no cuenta con el aliento de las focas que aplauden su monólogo televisivo como forma de hacerle superar su infinita inseguridad.
Me atrevo a pegar la oreja a la pared y escucho a un gobernante preocupado por el bienestar de sus ciudadanos dadas las restricciones al comercio fronterizo que ha acompañado a la ruptura de relaciones; me cambio de posición y pego la otra oreja y escucho a otro gobernante preocupado por el porvenir de su revolución que le ofrece como alternativa a sus paisanos, piedras como alimento y muerte como respuesta a la disidencia.
El punto de convergencia se evapora y queda el de la confrontación. No la hay, el varón reniega de las FARC. Sus palabras de ayer, sus minutos de silencio, los límites de su nación, las estatuas de los forajidos todo eso pertenece al pasado. El futuro es promisorio. El ‘Santo’ escucha con la paciencia de Job y no da crédito a sus oídos.
Termina el encuentro y no hay nada concreto. Ese ambiente cerrado lo ahoga y le impide hacer lucir sus cualidades que necesitan público, por eso estoy preparado para resistir la perorata que a su regreso nos dará. El mismo entorno, las mismas focas y el héroe que explica cuan acertado estuvo cuando no lo mirábamos.
¿Y el valor en que consistió? Obviamente Santos no lo atacaría en su suelo, donde él es el garante de la seguridad del otro. Tampoco lo expondría públicamente en sus contradicciones, porque sabe que los intereses de su nación y también los de la del otro, trascienden a las personas, aunque el de aquí crea que con él se inició y durará por siempre.
El gesto de varón no es reunirse con Santos, es ir Santa Marta donde Bolívar murió, asesinado por los colombianos y él, su reencarnación alimentada con los restos que tocó al abrir el sarcófago podría correr la misma suerte, no para acabar con él, sino con Bolívar mismo. ¿Y que pinta el tren y el tranvía? Nada, el tren está sin vías. Está descarrilado.
Caracas, 10 de agosto de 2010
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