Entrada
la noche descubrimos en casa que llegaba a su fin el show del Miss Venezuela, y
mi mujer lo trajo por la TV a casa para ver su final. A pesar de la belleza y
gracia de las participantes, a las que desgraciadamente sólo pude apreciar
totalmente vestidas, sentí un desagrado que no podía entender y así lo
manifesté sin otro testigo que mi fiel “Monsieur”, un joven perro que entiende
más que muchos vecinos lo que nos está pasando. De inmediato se me reclamó que
sólo pensaba en política y que la vida sigue, que nuestros vecinos y amigos no
estaban permanentemente pensando en la tragedia que consume a nuestro país y
que muchos de nuestros allegados hasta estaban haciendo buenos negocios con
bancos y gobierno, mirando para un lado contrario al que ocupa nuestro
obsesionante perspectiva de un totalitarismo que nos avasalla día a día, sin
pausa ni descanso. Que hay un proyecto en desarrollo para quitarnos del país
sin derecho a rechistar como si fuéramos unos apátridas, unos armenios, kurdos
o etíopes de nuevo cuño.
Mientras
aquí celebramos un concurso para una Miss Venezuela, en Cuba hace muchos años
que no se celebra. Allá están o estaban en otra cosa. Esa pendejada no les
interesaba porque estaban fraguando la nueva cubana: “La Jinetera”. Esa mujer,
bella o fea, con educación o sin ella, pero a la que se le había encomendado la
misión de reducir el orgullo femenino, primero, familiar, después, y nacional,
por último, a la función de demostrar que la sobrevivencia sólo es posible si
se llega a la sumisión más abyecta que se le puede exigir a un ciudadano. Después
inventaron los “Jineteros” y las turistas rusas, rumanas, búlgaras, húngaras,
que podían darse el lujo, fueron a experimentar el goce de las españolas que la
cabronería franquista de Fraga les proporcionó. Igualdad de sexos en la
putería, un logro adicional de los barbudos castristas; Sartre y Beauvoir satisfechos
del experimento creole como extensión a su amoralidad ¡Bravo!
La
verdadera cubana de hoy quedó encarnada en esa Dama de Blanco, Laura Pollán,
que rindió al fin su vida aquejada por dolencias muy controlables en la
medicina moderna, diabetes e hipertensión, cuando ésta está a disposición de
todos los ciudadanos y no sólo de jerarcas privilegiados, con acceso a
medicinas y cuidados exclusivos como el asesino de Fidel, que vegeta con su ano
abdominal y su cerebro anulado por el cáncer y los calmantes, a la espera de ganar
la partida de una sobrevivencia asquerosa a su presa más productiva y recién
adquirida en el Caribe: Hugo Rafael Chávez Frías. A Laura Pollán la seguirán
otras mujeres cubanas, como hasta ahora, pero por lo pronto no habrá Miss Castrismo
¡Qué bueno para Cuba!
Y todo
esto me lleva a considerar con ustedes el hecho acontecido hace unos días, y
por tres de ellos, de una bandera extranjera enseñoreada sobre nuestra tierra
por obra de unos militares venezolanos muy cabrones, si cabe ser muy cuando
siendo militar se es cabrón. Me refiero a los que pusieron a unos soldaditos en
la faena de enarbolar la bandera del invasor cubano en el Fuerte Paramacay de
Nagunagua. Se hizo más con descaro que con intención, más con sumisión y
espíritu de entrega que de reto, más de renuncia al compromiso con la patria
que por prostitución ideológica. Durante la Guerra Civil española muchos rojos
se sentían
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