En una ocasión Sir Winston Churchill
señalaba que “el estado físico y mental de determinados dirigentes políticos,
oficiales y almirantes, revelan problemas de salud que afectan su vida y su
honor y que perjudican de ese modo, directamente, a la seguridad del estado y
al bien colectivo”.
Hoy en nuestro país reina una total
incertidumbre, tensión e inseguridad sobre nuestro diario acontecer, y peor
aún, estamos presenciando una progresiva y hasta ahora indetenible
desintegración de la patria como estado soberano, libre e independiente, consecuencia de la gestión de un régimen de
oprobio, deslegitimado definitivamente dada su inconstitucionalidad, ineficiencia y corrupción
generalizada, agudizado todo este cuadro por la enfermedad grave y definitiva
del jefe del régimen.
Nuestra historia nos ha demostrado
fehacientemente, que una cantidad respetable de dirigentes políticos y
militares que han asumido la primera magistratura del país o han ocupado cargos
de relevancia y responsabilidad, no estaban en condiciones físicas y
especialmente mentales, para desempeñarse con acierto y eficacia, ni tomar las mejores decisiones en función del
bien colectivo y del interés nacional. Esto nos debe llevar necesariamente a la
imperiosa necesidad, de establecer en lo inmediato mecanismos legales que
prevengan la llegada al poder de un enfermo físico y quizás también la de un
enfermo mental, ó que ocurra la confluencia de ambas deficiencias tal y como nos acontece en los actuales
momentos. Si todo aspirante a ejercer su profesión tanto en el ámbito civil
como en el militar debe someterse a rigurosos exámenes médicos, físicos y
psicológicos, con más razón el futuro jefe de estado y comandante en jefe de
las fuerzas armadas, cuyas
responsabilidades son mucho mayores y cuyo estado de salud atañe a los
intereses de toda la comunidad nacional, debe pasar al menos, por los mismos
exámenes exigidos a otros con menos responsabilidades.
Estas consideraciones deben llevarnos a
algunas reflexiones sobre el origen de la voluntad de poder. Diversos
especialistas y psiquiatras han advertido sobre la personalidad sicopática del
jefe del régimen, así como su estructura biológica y mental, que están
indefectiblemente perfiladas y evolucionadas para el conflicto desde su niñez,
situación que se agrava sin duda alguna dada su ideología y militancia
castro-comunista.
En estos casos la toma y el ejercicio del
poder aparece como una compensación de intensas frustraciones sufridas desde la
infancia, la más importante, la del niño
abandonado y rechazado, hasta la no culminación o frustración de una carrera
exitosa. El poder se vislumbra de esa manera como una terapéutica, incluso como
una droga, una panacea por las frustraciones sufridas, y se comprende entonces esta necesidad de
dominar a los hombres, de gobernarlos y hacerles soportar la ley del desquite.
Estos individuos, no van a admitir nunca
abandonar el poder, como consecuencia de los diagnósticos y comprobaciones
médicas y más aún cuando se sienten iluminados para la implantación de un
régimen totalitario y excluyente ; en consecuencia se les debe desplazar,
destituir o anular porque para ellos el poder es sagrado e irrenunciable.
Pareciera que son pocos los dirigentes que se plantean seriamente la imperiosa
y urgente necesidad de salir del enfermo para salvar a la patria y de
establecer y afianzar cada vez más los mecanismos democráticos para que el
poder no se convierta en abusivo y usurpador, además de impedir que toda una nación viva en la
incertidumbre e inseguridad permanentes.
Debemos entender claramente que el
ejercicio del poder en nuestros países en algunos casos, con frecuencia suele convertirse, repito, en
una droga y en un recurso de desquite y opresión. En consecuencia el estudio y
la permanente evaluación de la salud física y mental, así como de los proyectos políticos de un mandatario
constituyen una prioridad para la legítima
defensa de los ciudadanos.
Caracas 19 de abril de 2012
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