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21/10/09

Que cese la confrontación por Oswaldo Páez-Pumar

Dicen las encuestas que los ni-ni conforman la mayor minoría. Los encuestadores dicen que el cese de la confrontación es el postulado más importante y el que cuenta con mayor número de adherentes. Yo quiero que cese la confrontación y muchos de los que respaldan a Chávez también.
La paz es el deseo más caro de toda la población y por lo tanto el primer objetivo. Algunos actores políticos asumen esa meta como su mensaje, que es un modo de identificarse con la mayoría. Hay un error de perspectiva. A la paz no se llegará sin enfrentar al gobierno, por una sencilla razón. El gobierno, o Chávez, que es su cabeza, si quiere la confrontación; y lo ha dicho claramente desde el 4 de febrero de 1992, 17 años de confrontación, con un único paréntesis, la noche de su triunfo electoral en diciembre de 1998, que evidentemente fue teatral.
Su estímulo a la confrontación durante los seis primeros años, incluida la oferta de freír las cabezas de los adecos durante la campaña pudo ser ignorada, y no suponía un obstáculo insuperable para el establecimiento de la paz y la tolerancia. Pero cuando la intolerancia y la confrontación es la política del gobierno, o mejor aún es política de gobierno o política de estado, proclamar la no confrontación desde la oposición, es decir, desde la posición de quienes carecen absolutamente de la más mínima capacidad para imponer la tolerancia, no sólo es insensato y suicida, sino cómplice del imperio de la intolerancia y de la marginación de quienes disienten.
Hablar de tolerancia cuando es el gobierno el que practica y estimula la confrontación es una incitación a bajar la cabeza, a rendirse al atropello y a abdicar de nuestros derechos para alcanzar la paz. Es el miedo, o la cobardía que se disfraza bajo el ropaje del entendimiento. La paz de los sepulcros.
De tolerancia habrá que hablar cuando esté Chávez fuera del gobierno y quienes no se atrevieron a hablar por miedo, por necesidad de subsistir, o por cualquier otra razón, una vez aliviados del peso que los contenía o los reducía a la inacción, quieran saciar en un arrebato de valentía la privación de que fueron víctimas.
La tolerancia para entendernos y cooperar en la reconstrucción de un país destruido física, económica, institucional y moralmente es un llamado a todos los venezolanos de buena voluntad, que tiene su lugar y momento al instante mismo en que cese la ignominia.
Por supuesto en el fondo de nuestra alma está el deseo de paz porque la lucha nos cansa y nos agota, pero no hay alternativa, salvo para quienes piensen que es mejor bajar la cabeza y someterse. No necesitamos a Petain.

Caracas, 20 de octubre de 2009

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