La destrucción del aparato productivo del país persigue un
claro fin electoral. Destruida toda fuente de generación de riqueza
los venezolanos pasaremos a ser mendicantes del gobierno, con
tarjeta de racionamiento incluida como en Cuba. A Chávez no le
importa la destrucción del país, porque su única preocupación es
mantenerse en el poder y la destrucción cumple un objetivo táctico.
De hecho lleva doce años destruyéndolo, al principio por la
incapacidad e ignorancia suya y de sus colaboradores. PDVSA es
el ejemplo más evidente. Luego aplicó el librito del totalitarismo
comunista: se apropia de todo lo que funciona, cree que seguirá
funcionando, descubre que no, culpa a alguno de sus colaboradores,
los destituye, los llama de nuevo para otros cometidos, hace
enroques, sigue sin funcionar, culpa a la burguesía, descubre que
aunque no funcione hay plata para importar, culpa al imperialismo,
pero de él obtiene la plata para importar. No se pregunta que
pasará cuando todas las empresas sean de producción socialista
y produzcan pérdidas. ¿De donde vendrán los reales? Cree que la
riqueza está ahí para ser tomada. No ha captado que hay que crearla.
Opera entre nosotros lo mismo que operó en la Unión
Soviética. Setenta años le tomó al pueblo darse cuenta de que el
sistema no funciona para ellos, sino para la nomenclatura, para
Lenín y Stalin y unos cuantos más después. En Cuba son más de
cincuenta y para los únicos que ha funcionado es para los hermanos
Castro y los del comité central.
¿Entre nosotros que pasará? Dejarlo que continúe por dos años
más es irresponsable y absurdo. Hay que detenerlo. Se impone una
toma de conciencia colectiva para exigirle e imponerle la renuncia.
Al fin y al cabo el pueblo es el soberano y esa soberanía “reside
intransferiblemente en el pueblo”.
Caracas, 17 de marzo de 2011
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